La producción mundial de alimentos se ha duplicado en los últimos 30 años, incluso se podrí­a decir que esta tasa se ha triplicado en los paí­ses desarrollados. Sin embargo, dichos incrementos no se han traducido a un mejor acceso a los alimentos.
Si bien la producción agroalimentaria supera ya las necesidades nutritivas estipuladas según el crecimiento demográfico global (en algunos casos se sobrepasa el 150% por persona/paí­s), la realidad impone duras cifras: según la FAO, actualmente padecen hambre mil millones de personas, el 15% de la población mundial. En este sentido, se observan grandes diferencias entre los niveles de producción de determinados cultivos. Por ejemplo, si en China se obtienen más de cuatro toneladas de arroz por cada hectárea cultivada, en algunos paí­ses africanos no se llega ni a la media tonelada.
Así­, el desarrollo tecnológico, unido a la investigación agraria, ha permitido obtener rápidos resultados en cuanto a la optimización productiva de especies como el trigo, el arroz o el maí­z, tres de los principales pilares básicos de la alimentación mundial. Sin embargo, este progreso no ha tenido tanta repercusión en otros cultivos como el mijo, el sorgo, o las legumbres, cuyo estudio no ha recibido tanto apoyo institucional o económico. Casualmente, se trata de los principales cultivos que se producen en África. Se puede decir que en aquellas áreas donde no se beneficiaron del progreso técnico, los granjeros seguí­an siendo pobres€, puntualiza Isabel Álvarez, ex Directora de la División de Investigación y Extensión de la FAO. Esta experta, ha ofrecido en el Instituto de Agricultura Sostenible (IAS) la conferencia titulada Tendencias globales en agricultura: retos para la I+D+i agraria, en la que ha ofrecido una visión de la labor que desarrolla esta instituticón dependiente de Naciones Unidas.
Si se analizan los ratios de crecimiento, se puede afirmar que la productividad de un cultivo se ha incrementado tanto que ya es posible alcanzar el 80% de tasa de rendimiento. Ello supondrí­a la reducción de costes por parte del agricultor, la mejora en calidad y seguridad alimentarias para el consumidor, y un menor impacto para el medio ambiente, al reducir la expansión de las áreas y los periodos de cultivos. Una vez más, estos parámetros no son extrapolables a las diferentes regiones geográficas, sufriendo un mayor retraso en este sentido, el área del Magreb, Oriente Medio y África subsahariana.
A este análisis hay que sumarle el hecho de que sólo existe una cantidad limitada de recursos naturales de los que depende la producción de alimentos. La degradación de suelo, la disminución de la cobertura forestal o la sobreexplotación de las reservas pesqueras son cuestiones a tener muy en cuenta a la hora de diseñar e implementar polí­ticas que realmente pretendan promover una producción suficiente y sostenible.
¿Qué nos depara el futuro?
Álvarez realizó un análisis de las tendencias que la FAO viene observando en sus estudios de las últimas décadas, centrándose en las perspectivas de crecimiento demográfico y su posible impacto según la demanda mundial de alimentos. Tomando como referencia las estadí­sticas de Naciones Unidas, en los próximos 30 años se producirá un incremento de la población mundial de 2.3 billones, superando los 9.000 millones de personas en el horizonte de 2050. Este crecimiento estará encabezado por los paí­ses en desarrollo y conllevará un proceso de éxodo urbano, concentrándose el 70% de la población en las grandes ciudades, con las consiguientes dificultades para el abastecimiento mundial.
€œSegún estos datos, existirá una mayor vulnerabilidad ante posibles crisis alimentarias. Más si cabe, si las expectativas de demanda de productos básicos aumentan progresivamente como se tiene previsto. La gran dependencia de zonas como Oriente Medio o el Magreb a la importación de cereales puede ser fuente de conflictos sociales. Igualmente, el incremento de demanda de carne afectará al precio del grano. Asimismo, afirma esta experta, la demanda de recursos pesqueros o madereros ya están empezando a rozar cifras crí­ticas en cuanto a suministro, por lo que se traducirá en una apuesta por la acuicultura frente a la pesca de extracción y por las plantaciones arbóreas frente a la tala intensiva, respectivamente. En cualquier caso, la producción de madera tendrí­a que aumentar un 200% en los próximos 20 años, y la pesquera un 20%.

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