Las previsiones de las últimas décadas sobre crecimiento demográfico mundial auguran una población global de 9,2 billones de personas para el año 2050. Son muchos los retos que dicha tendencia plantea a la investigación agraria. Asimismo, son muchas las respuestas que se vienen ofreciendo como posibles fórmulas (unas más contrastadas que otras) para garantizar la seguridad alimentaria así­ como la protección del medio ambiente y la biodiversidad agrí­cola: intensificación los cultivos, uso de transgénicos, prácticas agroecológicas, etc. David J. Connor, profesor de la Universidad de Melbourne (Australia), ha analizado estos desafí­os en un seminario ofrecido recientemente en el Instituto de Agricultura Sostenible (IAS-CSIC), titulado €œThe March of Unreason or, How beliefs are distracting agronomy from its real challenge.
La expansión del uso de plantas genéticamente modificadas ha conseguido duplicar la producción mundial de cultivos como el trigo o el maí­z en los últimos 50 años. En paí­ses como China, India o Corea del Norte, la llamada revolución verde de los años 70 consiguió que las tendencias productivas de arroz tuvieran un crecimiento exponencial, “en este sentido, ¿dónde está el lí­mite sostenible de la productividad de un cultivo?”, se pregunta Connor. Frente a esta visión más competitiva e industrial de la agricultura, se encontrarí­a otra perspectiva, más ambientalista, apoyada por los defensores de la agroecologí­a. €œHay posturas que afirman que la agricultura orgánica puede alimentar al mundo cuando lo cierto es que eso no es posible, no sólo porque la productividad de este sistema sea muy inferior respecto al comercial, sino porque, para conseguir unos mismos resultados, la orgánica requiere una mayor cantidad de recursos limitados€.
Aunque actualmente existen 32 millones de hectáreas dedicadas al cultivo ecológico, los alimentos orgánicos no representan si quiera el 1% de la producción mundial. Por un lado, en los paí­ses más desarrollados existe un desacuerdo en cuanto a la pertinencia de adoptar estas prácticas agrí­colas de forma generalizada, si bien en los paí­ses menos desarrollados se ha optado por la promoción de este modelo. Ocurre que algunas de estas zonas son las que demandan una mayor producción alimentaria debido a que soportan una fuerte presión demográfica con vistas a aumentar en los próximos años. €œEn estos casos, la agricultura orgánica no puede afrontar por sí­ sola este desafí­o, asegura este experto, mostrando algunos ejemplos de las limitaciones inherentes a los sistemas de agricultura de subsistencia: parcelas poco productivas (menos de 1.000 kilos/hectárea), escasa fertilidad de los cultivos, deficiencia hí­drica, suelos degradados y pobres en nutrientes, mí­nimo aprovechamiento de los residuos vegetales, prácticas de manejo muy elementales, etc. A veces, la falta de conocimiento es la clave para impulsar un cambio de modelo. “Incorporando técnicas sencillas se mejora el rendimiento del cultivo. Por ejemplo, simplemente aplicando pequeñas dosis de nitrógeno al suelo se obtienen grandes resultados.
Tomando como referencia el libro La naturaleza como modelo. Por una intensificación ecológica de la agricultura, este experto subrayó la importancia de llevar a cabo un cambio del uso de la tierra, como clave fundamental para conseguir un mayor equilibrio entre conservación de recursos naturales, la biodiversidad y la producción alimentaria. En cualquier caso, subrayó, no se está atendiendo con la adecuada urgencia las demandas de las comunidades pobres de los paí­ses en desarrollo. Ahí­ es donde se mantiene la pobreza y la malnutrición.
Desmontando ciertos €˜mitos€™
€œCalentamiento global no es lo mismo que cambio climático€, recalcaba Connor, para quien resulta necesario cambiar la perspectiva respecto a este análisis. €œEn relación con las últimas tendencias, es necesario diferenciar las causas humanas de las naturales de este fenómeno climatológico, es decir, es necesario conocer forma precisa cuál ha sido la influencia del ser humano en este cambio climático€. Para este experto los análisis que se están desarrollando actualmente no tienen en cuenta ciertas evidencias de un proceso natural que presenta sus propias evidencias de carácter fí­sico.
Se necesita, por tanto, un análisis cientí­ficamente más riguroso de este fenómeno, no sólo incidiendo en sus causas como posibles consecuencias a medio y largo plazo (a partir del año 2.100). Según su criterio, una de las cuestiones que deberí­an plantearse en este sentido serí­a el papel que deberí­a jugar la agricultura en la absorción de gases de efecto invernadero. Según estudios, se calcula que esta industria es la causante del 10% del total de emisiones perjudiciales que se vierten a la atmósfera.
Por último subrayó la importancia de promover la producción e investigación agraria, así­ como planificar una apuesta más coherente en materia de inversión cientí­fica. El crecimiento vendrá de la mano de la intensificación, la diversificación y el incremento de suelo productivo. En este sentido, es partidario de establecer nuevas estrategias en las que parte de los recursos que están disponibles se destinen a la promoción de cultivos para la producción de biocombustibles, sobre todo insistiendo en aquellos que no compitan con su producción para alimentación, como la jatropha, tóxica para el consumo humano. Según los datos, sólo con la cantidad de maí­z que se necesita para producir 140 litros de gasolina (en torno a 500 kilogramos), se puede proporcionar el equivalente al consumo de este grano por persona y año€.

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