Con motivo de la celebración de la XXXIV edición de los cursos de La Granda, el periódico digital La Nueva Espaí±a, ha publicado una entrevista realizada a Rafael M. Jiménez Dí­az, investigador en el IAS-CSIC.
FUENTE: LNE.ES
El catedrático de Patologí­a Vegetal de la Universidad de Córdoba (UCO) e investigador del Instituto de Agricultura Sostenible, defendió en los cursos de La Granda la modificación genética de las plantas como garante para reducir las enfermedades que diezman la producción. A su juicio, el consumo de alimentos transgénicos no entraña riesgos para la salud y es más seguro que nunca.
-Trabaja en la creación de plantas genéticamente modificadas: los transgénicos. Entenderá que, de mano, el término asusta.
-Yo creo que hace falta extender y aumentar la información para que el consumidor se convenza de que detrás de la tecnologí­a no hay nada que invite a tener las dudas que se han establecido desde el mundo ecologista. La modificación genética es una tecnologí­a limpia. Las plantas que se modifican genéticamente reciben únicamente aquel material genético que se sabe que incidirá en la mejora que se pretende.
-¿Es seguro consumir alimentos transgénicos?
-En razón a las cautelas sociales ese material modificado genéticamente está sujeto a muchos análisis, más de los que nunca hubo. Los análisis se realizan de forma global, todo se somete a un escrutinio riguroso. Nunca hubo más garantí­as de que ese producto es seguro.
-¿La corriente ecologista se equivoca entonces?
-Antes se utilizaba una tecnologí­a que podrí­a estar introduciendo algún residuo bacteriano inadecuado. Con la tecnologí­a actual esto no pasa. El proceso es tan garantista que no hay argumentos convincentes que justifiquen la aversión del consumidor. El consumidor deberí­a recibir información para contrarrestar esa presión ecologista, quizá deba ser un compromiso nuestro, de los investigadores. Además, el consumidor deberí­a saber que ya se está alimentando con productos genéticamente modificados, más de lo que se piensa: harina de soja o de maí­z, los cereales del desayuno, productos lácteos y hasta cerveza que se produce con levaduras modificadas genéticamente. Pero las cautelas se emiten sólo contra un determinado tipo de alimentos, mientras que no está habiendo cautelas con productos que proceden del comercio mundial.
-¿La modificación genética es la alternativa a la quí­mica para combatir enfermedades en las plantas?
-Tener plantas con esa capacidades elimina la necesidad de utilizar productos quí­micos. Sucede con el maí­z, por ejemplo. Se pueden combatir determinadas plagas sin utilizar productos quí­micos, modificando la planta genéticamente. Ese tipo de tecnologí­a permite que la planta transformada con un gen mate a la oruga dañina en cuanto prueba el tejido. Y lo hará en el tallo, no en la mazorca de la que nos alimentaremos.
-La crisis alimentaria mundial no suele ocupar tantos titulares como la económica.
-Por desgracia, los últimos datos apuntan que para hacer frente a la demanda de alimentos en el año 2050 habrí­a que incrementar en un cincuenta por ciento la producción actual de alimentos. La expectativa de aumentar la superficie productiva es mí­nima, así­ que lo que tenemos que hacer es aumentar la productividad. Ese aumento tiene dos pilares: lograr que las plantas sean más eficientes produciendo y consumiendo menos agua y abonos. Además, no podemos correr el riesgo de perder parte de la cosecha con enfermedades; el esfuerzo serí­a insostenible, por eso las tecnologí­as de modificación genética son el futuro.
-La crisis, esta vez la económica, hace plantearse la búsqueda de nuevos modelos de producción. ¿La vuelta al sector primario podrí­a ser uno de ellos?
-La agricultura tiene un potencial enorme para recibir mejoras tecnológicas, hasta el punto que costarí­a concebir la agricultura como sector primario. Por ejemplo, la agricultura de precisión permite tener mapeados los campos y aplicar productos para mejorar la competitividad sólo en aquel lugar donde son necesarios; también permite la distribución del agua cuándo y dónde se necesita. La avalancha de novedades tecnológicas aleja la agricultura de lo que fue la agricultura de nuestros abuelos. Es más, en aquellas partes del mundo donde la falta de tecnologí­a ha obligado a la población a sostener su alimentación con agricultura tradicional están sujetas a hambrunas. Ese es el tema. El mundo ha evolucionado para garantizar la provisión de alimentos gracias a los avances de la tecnologí­a.
-¿Estamos formados para asumir estos retos?
-Llevo cuarenta años como catedrático de universidad. Los nuevos planes de estudio son un desastre. Ha habido una desviación y se ha marginado la agronomí­a. Ha habido más énfasis en potenciar la ingenierí­a. Soy muy escéptico porque veo que los estudiantes salen con menor formación que hace veinte años. La frustración de no tener oportunidad de enseñar las novedades que estamos alcanzando es absoluta.
Acceder a la entrevista publicada en lne.es

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