Cultivada hace miles de aí±os; empleada desde tiempos remotos con fines medicinales y ornamentales; apreciada por diferentes culturas y civilizaciones, la rosa se ha ganado a pulso el sobrenombre de la reina de las flores. Se trata, sin duda, de una de las flores con más historia: su aroma ha perfumado a faraones egipcios, dirigentes de la Grecia Clásica o emperadores romanos.
Sin un origen temporal muy definido, se conservan restos fosilizados de 35 millones de años, pero no fue hasta el tercer milenio a.C. que comienza su cultivo en la Antigua China. Sí­mbolo de la belleza y del amor, a esta flor también fue elegida para representar determinados intereses polí­ticos a lo largo de la Edad Media, como ocurrió con la Guerra de las dos Rosas, que enfrentó a las Casas de York y Lancaster por el trono de Inglaterra en el siglo XV.
Pese a que los conocimientos para su manejo surgieron miles de años atrás, su estudio cientí­fico no comenzó hasta el siglo III a.C. Si bien Heródoto mencionaba la Rosa Damascena en €œEl jardí­n del rey Midas, fue el filósofo Teofrasto quien realizó la primera descripción botánica, diferenciando según el color y el tipo de flores (sencillas o dobles). El auge del comercio (a través del pueblo árabe primero y las Cruzadas después) favoreció el intercambio de especies autóctonas así­ como la expansión de su cultivo. A las cuatro variantes catalogadas en el siglo XV (R. gallica, R. alba, R. moschata y R. damascena) se les sumó las rosas chinas, cuyos cruzamientos con otras variantes de Europa, Oriente Medio y América dieron lugar a la aparición de las llamadas Rosas modernas, en el S. XIX.
Esta evolución dio lugar a tal complejo de hibridaciones en la especie €œque actualmente resulta imposible reconocer la flor que originalmente fue, destaca Ana Marí­a Torres, investigadora del centro IFAPA-Alameda del Obispo, quien ha ofrecido recientemente un seminario sobre la mejora genética de esta flor, de la que existen 150 especies y miles de variedades distribuidas por todo el hemisferio norte. Asimismo, se trata de una de las flores con mayor interés comercial, siendo la tercera planta ornamental más vendida en el mundo (después del clavel y el crisantemo), y la segunda especie que más se cultiva en nuestro paí­s[1]; siendo Andalucí­a la primera región en producción interna y exportación (supera el 50% de la producción nacional).
El creciente interés en sus múltiples aplicaciones industriales (ornamentales, farmacéuticas, cosméticas, alimentarias, para la elaboración de perfumes, etc) ha hecho que, sólo en Europa, se hayan registrado 2.276 variedades de esta flor. “En este contexto es necesario proteger los derechos del obtentor, recordó esta experta, quien reconoció que este sector tiene que hacer frente a la competencia de terceros paí­ses (América y África ecuatorial, principalmente) que luchan por hacerse con una cuota de mercado, así­ como a la necesidad de responder a las preferencias, cada vez más variables, del consumidor. “El agricultor debe diversificar e innovar sus técnicas de obtención. No sólo se trata de mejorar la producción y la calidad, sino que además debemos desarrollar variedades de rosas más competitivas y resistentes a las enfermedades, de ahí­ la importancia de avanzar en la investigación de sus caracterí­sticas genéticas.
Sin embargo, existen varias circunstancias que limitan esta tarea. A la escasa información genética que se dispone sobre los caracteres importantes, se une la heterocigosidad de esta especie, que presenta diferentes niveles ploí­dicos (desde diploide hasta octoploide). Hasta ahora se habí­an llevado a cabo técnicas de mejora mediante métodos simples (injerto de yemas o estaquillado). El objetivo era explotar las aptitudes combinatorias especí­ficas para producir hí­bridos y seleccionar los cultivares heterocigotos que se reproduzcan vegetativamente.
Asimismo, se habí­a comprobado que las variedades modernas carecen de genes de resistencia a enfermedades y plagas, de ahí­ que este grupo de investigación (compuesto por miembros de este centro del IFAPA y del Departamento de Genética de la UCO) emprendiera, allá por 1992, diversas lí­neas de mejora de esta especie. Concretamente, se han realizado estudios taxonómicos y citológicos, de identificación varietal y de evaluación de resistencias. En este caso se diseñaron métodos de inoculación, tinción y técnicas histológicas para comprobar, tanto en condiciones naturales como controladas, la resistencia al oí­dio (Sphaeroteca pannosa), la mancha negra (Diplocarpon rosae) y la roya (Phragmidium mucronatum). En el manejo de esta última, de la que se carecí­a información bibliográfica previa, se han conseguido grandes avances usando las técnicas antes descritas.
Paralelamente han llevado a cabo un mapeo genético de la especie, basado en el cruzamiento entre los parentales Blusa noisette y R. Wichuraiana, utilizando marcadores RAPD, SSR y morfológicos. El resultado ha sido la conclusión de uno[2] de los seis mapas genéticos disponibles en la especie. Asimismo, también han colaborado en el genotipado de nuevos marcadores para otros mapeos[3], con el fin de conseguir un consenso del género que integre los seis mapas existentes. Sus lí­neas de investigación se centran ahora en disponer de un marco de marcadores comunes para realizar comparaciones extensas entre mapas de rosa (Rosa sp.) y fresa (Fragaria sp.).



 
[1] La producción de plantas ornamentales en España supone un 4% de la Producción Vegetal Final, estimada en 600 millones de euros. Aunque la superficie de cultivo se está reduciendo ligeramente, la producción total y el valor económico se han incrementado en los últimos años.
[2] Dugo et al. (2005): Blush noissette x R. wichurana (RAPDs, SSRs de Prunus) Caracteres: QTLs para tamaño de hoja y flor, fecha de floración y Resistencia a oí­dio.
[3] Hibrand-Saint Oyant et al. (2008): R. hybrida x R. wichurana (Crespel et al. 2002) (microsatellites). Caracteres: fecha de floración y nº de pétalos.

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