¿Por qué la ciencia tiene tan poco impacto cultural en los paí­ses occidentales? ¿Por qué cada vez son menos los jóvenes que optan por iniciar una carrera cientí­fica? ¿Por qué este tipo de conocimientos apenas interesan a la sociedad en su conjunto?
La respuesta a estas preguntas podrí­a ser sencilla: €œLa ciencia no es algo que resulte estimulante, entretenido o atractivo para la gente€. La cuestión es: ¿No lo es realmente? ¿O esa es la imagen que se nos ha proyectado de ella? Para Carlos Elí­as, profesor de Fí­sica y Quí­mica, y catedrático de Periodismo Cientí­fico de la Universidad Carlos III de Madrid, no cabe duda: el avance del conocimiento cientí­fico es lo que nos ha llevado a donde estamos. El problema es que se habla de resultados pero se obvian los procesos. Es necesario explicar que la ciencia es lo que demuestra cómo ocurren las cosas y porqué ocurren así­, ya que eso es lo que ha permitido al ser humano desarrollar una cultura de progreso€. Así­ lo defendió en su ponencia «El declive de las vocaciones cientí­ficas en la cultura mediática de letras€.

A esta falta de visibilidad de la labor cientí­fica hay que añadirle el desprestigio€ que ha sufrido la imagen del investigador, hostigada históricamente por los medios de comunicación que casi siempre ofrecí­an una imagen sesgada de este profesional. Ya sea mitificado o estereotipado, el investigador siempre ha sido retratado como un ser excéntrico y poco fiable. Primero fue la literatura, después el cine y más recientemente la televisión. Todos ellos han distorsionado la estampa del cientí­fico. “Se le consideraba una figura que podí­a cambiar la naturaleza, por eso la gente le tení­a miedo”.
Fácilmente, se le ha vinculado al genio obsesivo por descubrir las leyes del universo, al villano deseoso de dominar el mundo, o simplemente al loco chiflado. Ejemplos no faltan: desde Frankestein, de Mary Shelley, a Dr. Mabuse, de Norbert Jacques; pasando por ET y Parque Jurásico, de Steven Spielberg; Regreso al futuro, de Robert Zemeckis¦ la lista es larga. Este arquetipo poco puede hacer frente a su supuesto antí­poda en el ámbito docente: el profesor de arte o literatura siempre es el guapo de la pelí­cula, el interesante, el atractivo€.


Es más, en la tendencia cultural actual se observa cierta vuelta a un ideario mágico, a la explicación no racional de las cosas. El seguimiento masivo de sagas como Harry Potter o Luna nueva lo confirman. Por todo ello, Elí­as se cuestiona si este regreso a la superstición no estará eclipsando la promoción de la ciencia.

€œNo hay vocación
Según datos de la UNESCO, existe una disminución de las vocaciones cientí­ficas, en detrimento de otras más populares o que gozan de mayor prestigio mediático, como puede ser la periodí­stica. Si analizamos el caso español, sólo en el curso 2005/2006 hubo más estudiantes matriculados en Ciencias de la Información, que en Quí­mica, Fí­sica y Matemáticas juntas confirma este experto, que asegura que nuestro paí­s no es un caso aislado: Alemania calcula que en 2008 su PIB tuvo una pérdida del 0,8% por falta de personal cualificado. En Reino Unido, debido a su sistema de financiación educativa, esta falta de demanda provocó el cierre de varios centros cientí­ficos llegando, incluso, a amenazar la supervivencia del Departamento de Quí­mica de la Universidad Sussex, con dos Premios Nobel en su trayectoria.


[1] Datos extraí­dos del Eurobarómetro de 2005.

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